Jamelyn B. Palattao es experta en historia transnacional y análisis de la historia con perspectiva poscolonial en la Universidad de Mindanao
Mindanao, Filipinas
Filipinas lleva más de 50 años inmersa en una guerra civil, un conflicto armado entre el gobierno filipino y el Nuevo Ejército del Pueblo (New People’s Army), el brazo armado del Partido Comunista de Filipinas. Esta rebelión, que comenzó en 1969, es una de las insurgencias más antiguas de Asia y del mundo. Aunque la intensidad de los enfrentamientos ha disminuido, siguen existiendo focos de violencia, especialmente en las zonas más empobrecidas de Mindanao, la isla situada más al sur del archipiélago.
La raíz del conflicto nace de un malestar histórico: la distribución desigual de la tierra. Filipinas es eminentemente rural, y a pesar de que aproximadamente el 65% de la población es originaria de zonas campesinas, la propiedad de la tierra pertenece a muy pocas manos.
La compleja situación que vive el país asiático es una combinación de varios factores. Durante más de 300 años, Filipinas fue una colonia española, e inmediatamente después, los Estados Unidos tomaron el control de las islas. Desde entonces, el país norteamericano ha ejercido una dominación sobre el archipiélago en términos políticos, económicos, militares, lingüísticos y culturales. El legado de las estructuras de poder coloniales suele propiciar regímenes autoritarios y corruptos, que producen desigualdades sociales, pobreza endémica y una única perspectiva histórica que excluye a la gran mayoría de la población.
En 2020, el entonces presidente del país Rodrigo Duterte aprobó -sin debate parlamentario- una ley que permite catalogar de ‘terrorista’ cualquier protesta, crítica o disidencia contra el Estado. En Mindanao, las fuerzas armadas, las unidades paramilitares y las fuerzas policiales del gobierno persiguen especialmente a las personas defensoras de derechos humanos, a la población Lumad -comunidades indígenas de la isla-, y a los liderazgos del Bangsamoro -la nación moro, una región local autónoma y musulmana-.
Los Estados Unidos ejercen una dominación sobre el archipiélago en términos políticos, económicos, militares, lingüísticos y culturales
En la ciudad de Iligan, situada en la región norte de Mindanao, Jamelyn B. Palattao trabaja como profesora e investigadora en el Departamento de Historia de la Universidad de Mindanao – Iligan Institute of Technology. Palattao es experta en historia transnacional, migración forzada y refugio y análisis de la historia con perspectiva poscolonial. “La descolonización de la historia es necesaria para crear un relato más integrador y completo del pasado de nuestro pueblo, que contemple diferentes perspectivas y comprenda la diversidad de comunidades. No podemos trazar nuestro futuro sin descolonizar la historia, es decir, sin estudiarla más a fondo y señalar qué aspectos hay que criticar, reformular, renombrar”.
Hablamos con Palattao sobre relatos coloniales, perspectivas excluyentes, legados imperialistas y revoluciones.
¿Cuáles son las narrativas dominantes que explican la historia del archipiélago?
La perspectiva colonial es sin duda la narrativa más aceptada. Es la tendencia más lógica, ya que los intelectuales occidentales son los que poseen gran parte de las fuentes textuales. El período colonial español y norteamericano es el esquema de división más utilizado para los períodos históricos de Filipinas, entre la sociedad filipina precolonial y la poscolonial.
Los registros y relatos históricos de España se centran, principalmente, en el triunfo de sus esfuerzos de evangelización. La imagen del indígena ‘salvado’ de la condenación eterna prevalecía en lo que los españoles consideraban su regalo de civilización a las islas Filipinas. Cuando llegaron los estadounidenses, se intentó restar importancia a los 333 años de dominio español para hacer creer que la benevolencia norteamericana había liberado a las islas de la oscuridad. Para justificar su colonización, los estadounidenses también menospreciaron la Revolución Filipina de 1896: un conflicto armado entre las fuerzas colonizadoras españolas y el Katipunan, una organización secreta fundada para liberar Filipinas del dominio español. El relato es que si los españoles colonizaron las islas a través de la religión, los estadounidenses lo hicieron a través de la educación.

¿En qué aspectos la descolonización de la historia es indispensable?
La descolonización de la historia es necesaria para crear un relato más integrador del pasado de un pueblo. Dado que la historia no puede ser completamente objetiva, un enfoque inclusivo del pasado proporciona un relato más completo con diferentes perspectivas. Sin embargo, el término crucial aquí es presentación y no glorificación. La descolonización de la historia se consigue haciendo que la gente comprenda primero la diversidad de comunidades de una nación, lo que también da lugar a una experiencia histórica compleja.
En el escenario actual, los historiadores ya están cuestionando continuamente la perspectiva colonial en un esfuerzo por ofrecer un punto de vista más inclusivo. Ahora, las narrativas nacionalistas filipinas coexisten con las coloniales, y hacen hincapié en las luchas y acciones emprendidas por el pueblo filipino para defender nuestro país, en particular sus diversas formas de resistencia contra los colonizadores.
¿Cuáles son las narrativas nacionalistas filipinas?
El nacionalismo es un asunto ilustrado, debido quizás a su origen burgués. Si las narrativas coloniales convirtieron a las masas en seres pasivos incapaces de cualquier voluntad de poder, las narrativas nacionalistas se limitaron a hacer creer que sí les importaban las masas, aunque fuera mentira.
El nacionalismo, y no el cristianismo, fue el entorno ideológico de la Revolución Filipina. Ir en contra de esta fórmula significa pertenecer a los pocos ignorantes que no pueden desprenderse de su legado colonial -porque el cristianismo, después de todo, lo trajeron los españoles-. El cristianismo siempre ha tenido una posición extraña en las narrativas nacionalistas filipinas, porque las islas son predominantemente cristianas, pero nadie puede hablar realmente de descolonizar la sociedad eliminando a un Dios que estaba en sus raíces en las islas, ya sea español o árabe.
¿Qué sectores sociales han quedado fuera de los relatos dominantes?
En resumen: las masas. Las islas de Mindanao y Visayas suelen quedar excluidas de la historia de ‘Filipinas contra Occidente’. Algunos estudiosos de Mindanao y Visayas suelen decir “la Manila imperialista”, ya que la actual narrativa nacional sigue centrada en la capital y la población tagalo -la de Manila-. En general, las poblaciones que se han visto más excluidas son las comunidades indígenas, aunque también queda aún mucho trabajo por hacer en cuanto a estudios de género y trabajos de investigación sobre los desplazados internos y las personas migrantes.
"El relato es que si los españoles colonizaron las islas a través de la religión, los estadounidenses lo hicieron a través de la educación"
Nuestro propósito, desde la universidad, de integrar a las comunidades culturales nos ha hecho más conscientes de la importancia de promover narrativas históricas que incluyan a los pueblos indígenas y a otros grupos marginalizados. Es nuestro enfoque para la incorporación de la historia de Mindanao a la narrativa nacional.
¿Hay referencias teóricas de estos enfoques?
Uno de los esfuerzos más famosos es Pantayong Pananaw (La perspectiva del ‘nosotros’), de Zeus Salazar.
Salazar es un historiador, antropólogo y filósofo filipino, conocido por su perspectiva pionera en la historia de Filipinas llamada Pantayong Pananaw. Es un concepto que se refiere a cualquier colectividad social que posea una estructura lingüística-cultural unificada y articulada, con un sentido de unidad de propósito y existencia. Esta perspectiva pretende descolonizar la historia filipina. El objetivo es poder ofrecer diversos puntos de vista, sobre todo desde la perspectiva filipina, que van desde historias sobre las comunidades indígenas hasta otros ámbitos desfavorecidos de nuestra sociedad que suelen quedar marginados.
Pantayong Pananaw se ha convertido en una de las perspectivas más notables para explicar la historia filipina, cuestionando así la perspectiva colonial estándar, aunque todavía queda un vacío importante por llenar.
¿Qué legados imperialistas han dejado los dos países colonizadores en las Filipinas actuales?
Como comentaba antes, uno de ellos es la religión: el cristianismo. Puede atribuirse tanto a España como a los Estados Unidos, con la primera promoviendo el catolicismo y el segundo el protestantismo, cada uno con objetivos distintos de control, influencia e integración. Con el tiempo, el cristianismo se arraigó profundamente en la cultura filipina.
Otro es la educación. Aunque España no introdujo su sistema educativo hasta finales del siglo XIX, los españoles lograron establecer escuelas primarias y universidades (aunque bajo la supervisión de órdenes católicas). Sin embargo, fue gracias a los estadounidenses que la educación floreció aún más, especialmente con la promoción de la lengua inglesa. Esto también incluyó la tutela estadounidense en la gestión del gobierno.
Aun así, el legado imperialista más duradero de España y Estados Unidos en Filipinas es el mantenimiento de una forma de gobierno centralizado en Metro Manila -la Manila imperial-, en lugar de un gobierno federal con todas las islas. Este legado estableció -y establece- una relación de metrópolis-satélite entre Manila y el resto de las regiones del archipiélago, que tiene repercusiones en los aspectos político, económico y social; y asegura la dominación de la población tagalo, incluyendo su control sobre las narrativas históricas.
¿Qué acciones concretas podrían emprender España y los Estados Unidos para recorrer el camino hacia la justicia histórica?
Tanto España como los Estados Unidos deberían considerar la puesta en marcha de programas de colaboración; como la participación de Filipinas en la identificación y el tratamiento de las necesidades de reparación, el fortalecimiento de los vínculos entre las instituciones educativas en la promoción de enfoques descolonizadores y la búsqueda de la justicia histórica.
Expresar una disculpa también es una forma de hacerlo, aunque pueda resultar incómoda para muchos. La justicia histórica puede hacer que la gente se sienta bien, pero si siguen sufriendo pobreza real -y no solo pobreza de filosofía-, entonces es inútil hablar de justicia histórica. Esos términos me suenan a problemas de Occidente.
A lo mejor, la pregunta no es “¿Por qué es importante descolonizar la historia?”, sino “¿Por qué tenemos miedo a las revoluciones?”