Mientras formaban parte de las FARC-EP, Dianis y Cristina tuvieron a sus hijos, que entregaron a las pocas semanas de nacer
Medellín, Colombia
Mientras coloca mochilas y pantalones de montaña en las estanterías, Dianis explica que hace poco más de un año y medio que llegó a Medellín. Dianis -nombre ficticio- es una mujer colombiana firmante de paz que tuvo que migrar del campo a la ciudad por motivos de seguridad. “Tengo la determinación de que soy fuerte, de corazón humilde, pero fuerte”, asegura. Desde finales del 2022, la capital del departamento montañoso de Antioquia es su nuevo hogar.
En Colombia, ser firmante de paz significa haber formado parte de las FARC-EP (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo), y también significa haberse comprometido a dejar las armas, a reincorporarse a la vida civil y a trabajar para la construcción de paz en el país. Aun así, por motivos de seguridad y para evitar el doble estigma que le recae, por ser mujer y ser firmante, Dianis asegura que su nuevo vecindario no sabe nada sobre su vida actual ni pasada.
A pesar de que hayan pasado ya más de siete años desde la firma de los Acuerdos de Paz, la persecución y violencias contra las personas firmantes y liderazgos sociales aún perduran. Solo entre el 27 de diciembre de 2023 y el 26 de marzo de 2024, la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas (OCHA) documentó el desplazamiento forzado de 14.365 personas defensoras de los derechos humanos y líderes sociales. Además, la inseguridad fue particularmente grave en el departamento de Antioquia, entre otros.
Uno de los pocos lugares que Dianis frecuenta diariamente con tranquilidad es la Casa de la Reincorporación de Medellín, en el barrio de Belén. Es uno de los puntos de encuentro de personas firmantes de paz en la ciudad, y para Dianis, también es un espacio seguro. De hecho, las estanterías que ordena mientras contesta a las preguntas son las del Mercado de Mujeres Construyendo Paz, ubicado en la misma Casa de la Reincorporación. Trabaja como promotora de ventas del Mercado, un proyecto impulsado por más de 30 mujeres firmantes donde venden productos -como mochilas, ropa, miel o café- elaborados por cooperativas impulsadas por otras personas también firmantes de paz.
Con la disolución de las FARC-EP, Dianis se fue al Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR) de Ituango, otro municipio en el mismo departamento de Antioquia, dónde hizo su reincorporación a la vida civil. De allí se fue a trabajar su proyecto productivo de café en otra zona rural, y pasado un tiempo, la Misión de Verificación de la ONU en Colombia la ayudó a trasladarse a Medellín por motivos de seguridad.
Entre el 27 de diciembre de 2023 y el 26 de marzo de 2024, se documentó el desplazamiento forzado de 14.365 personas defensoras de los derechos humanos y liderazgos sociales
“Cuando era joven, el municipio en el que yo vivía era muy acechado por la violencia”, empieza Dianis. “Los jóvenes de entonces sentíamos que teníamos que tomar una determinación: todos conocíamos familiares que habían sido asesinados por los paramilitares u otros grupos armados. En aquel momento, yo era activista en la Juventud Comunista Colombiana (JUC), y también empezaron a matar a los líderes y a quiénes participaban con la JUC. Vi que no estábamos seguros, y decidí irme e ingresar en las FARC-EP. A veces me preguntan si fui obligada a ingresar, y os aseguro que no. Fui porque me nació, porque fui consciente de cómo estaba el país, de la violencia que había y de que nos estaban matando”.
Ser madre en la guerrilla
Junto a Dianis, Cristina también es firmante de paz, forma parte del Mercado de Mujeres y son compañeras en la Casa de la Reincorporación. En su caso, se desplazó a la ciudad en búsqueda de trabajo: además de estar en el Mercado, también trabaja con la Federación de Economía Solidaria Efraín Guzmán y con el Partido Comunes como delegada de género en Antioquia. Su proceso de reincorporación lo hizo en el ETCR La Plancha, en Anorí, también en Antioquia.
Tanto Dianis como Cristina aseguran que, “por motivos de seguridad y de compromiso”, nadie podía salir de las FARC-EP, tampoco para criar a un hijo. Según Cristina, “cuando entrabas en las FARC-EP, ya sabías que no podías irte. Teníamos la conciencia de que luchábamos por el pueblo y para conseguir un cambio, contra las injusticias. Una podía desertar, pero sabiendo que ponía en peligro a su alrededor y a su familia”. Cuando el embarazo de alguna guerrillera estaba avanzado -sigue explicando-, se iba a tener a su hijo en algún sitio seguro, y al cabo de poco lo entregaba y volvía a las filas. “Entregar significa que das tu hijo a alguien para que lo cuide. Yo tuve a mi hijo con 22 años, y lo entregué a mi madre cuando él tenía dos meses y medio. No me reencontré con él hasta que se disolvieron las FARC-EP”.
"Cuando entrabas en las FARC-EP, ya sabías que no podías irte. Teníamos la conciencia de que luchábamos por el pueblo y para conseguir un cambio, contra las injusticias"
Dianis también tuvo a sus dos hijos mientras estaba en las filas. Primero una niña, que ahora tiene 30 años. La tuvo cuando era muy joven, y la entregó a su madre para que la cuidara cuando tenía un mes de vida. Al cabo de unos años tuvo un niño, que ahora tiene 16 años. “Su padre murió en combate, él también hacía parte de las FARC-EP. Ahora soy cabeza de familia sola acá en Medellín”.
Según su experiencia y la de otras compañeras cercanas, “la sensación es que la gente que no conoce nuestro proceso nos estigmatiza, porque no alcanzan a dimensionar la situación desde una lectura superficial”, aseguran. “Mucha gente no entiende lo difícil que fue para nosotras entregar a nuestros hijos. Fue muy doloroso, pero sabíamos que salir era una opción peor”, comparte Cristina. “¿A quién le cabe en la cabeza que dentro de un ejército una pueda tener familia? Allí dentro existen todos los peligros, por eso la insistencia en el reglamento de la guerrilla. Surgieron muchas cosas en el transcurso de la creación de las FARC-EP hasta la dejación de armas. Hubo una época, cuando se agudizó la guerra contra las FARC-EP, que las mujeres que se apartaban un tiempo de las filas para tener a sus hijos, los paramilitares y el ejército las capturaban, las mataban, las desaparecían… Entonces se planteaba más el aborto. Se cruzaban muchos sentimientos”.
“Y también fue duro el después” -sigue Cristina en la Casa de la Reincorporación-. “Salir de la organización, reincorporarnos a la vida civil y que nuestros hijos ya fueran mayores. Evidentemente, el afecto lo tienen hacia quién los ha criado y no hacia la mamá. Yo me volví a reunir con mi hijo que él ya tenía 14 años”.
Mientras Dianis estaba embarazada, asegura que ella “ranchaba, pegaba guardias… No me afectó en las tareas que podía desarrollar en el monte, y estaba bien”. Entre la nostalgia y la seriedad, explica que lo que más le afectó a ella fue tener que irse un tiempo fuera para tener al bebé. “Le cuento que hasta lloré, me dio mucha tristeza, porque yo estaba muy aferrada a ser parte de este grupo, y cuando estábamos allá todos éramos una familia, y aún seguimos siéndolo. Si a un compañero le pasa algo lo sentimos como si fuera un hermano”.
Mujer firmante: doble estigma
Cristina sigue: “la maternidad en la guerrilla no estaba bien vista por la sociedad por el desconocimiento de las realidades que nosotras vivíamos. A pesar de estar en la guerrilla, muchas mujeres también queríamos tener hijos, porque también somos humanas y a muchas nos nace. Muchas otras recibieron estigma cuando decidieron ser madres después de los Acuerdos ya fuera de la guerrilla. Decían: ‘ay las firmantes ya comenzaron a parir hijos’, como si nosotras no pudiéramos tener hijos, era mal visto”.
"Mucha gente no entiende lo difícil que fue para nosotras entregar a nuestros hijos. Fue muy doloroso, pero sabíamos que salir era una opción peor"
Ambas coinciden en que, al señalamiento que les acompaña por haber sido parte de las FARC-EP y de ser firmantes de paz, a las mujeres se les suma la cuestión de género. Sin tenerlo que pensar dos veces, responden con contundencia que esta doble vara les recae como un doble estigma día a día. Según Dianis, por el hecho de ser mujer y firmante “sí recibimos más violencia machista. De hecho, diría que ya nos ha pasado. Desde el Mercado de Mujeres hemos ido a ferias a vender productos y a muchas nos han increpado, más que a los hombres. Y también se nos discrimina en otros espacios, por ejemplo en el mercado laboral”, sigue. “Fui a una entrevista de trabajo y el señor que me atendió se quedó mirando mi hoja de vida, y me dijo: ‘ya te llamaremos’. Tenía claro que no me llamarían, porque ya vio que durante unos años estaba vacío. Sabemos que no nos dan trabajos por ser firmantes. No hay oportunidad para nosotras. Quedamos siempre a la espera de todo”.
“Sabemos que las mujeres son discriminadas, son acosadas, son maltratadas física y moralmente. Y por ser firmantes de paz y haber tenido un fusil en la mano, pues aún más. Pero entre nosotras, entre mujeres firmantes y también no firmantes, entre organizaciones de mujeres, sí que nos relacionamos. Hemos creado espacios donde poder ir, hablar e intercambiar las diferentes luchas que hemos tenido y que seguimos construyendo”, concluye Cristina.