«Hay mucha gente cruzando, parece que estemos en 2014 otra vez», advierte Ero, una antigua voluntaria de la ONG Open Cultural Center, en un mensaje de texto al director de esta organización que trabaja cerca de Evzoni, la zona fronteriza entre Grecia y Macedonia.
Durante 2015 y 2016, miles de personas refugiadas cruzaron del asentamiento que había surgido en Idomeni, cerca de Evzoni, hacia la municipalidad macedonia de Gevgelija buscando una Europa esperanzadora. El Gobierno macedonio permitió la entrada a algunos de ellos pero en agosto de 2016 cerró las puertas y la mayor parte de las personas en busca de asilo fueron rechazadas.
Un expolicía fronterizo que trabajó en esta zona durante 20 años, y que actualmente trabaja dentro del cuerpo de seguridad del campo de refugiados de Nea Kavala, explica que el flujo migratorio nunca desciende. «Es algo que sigue pasando cada día, hay cientos de devoluciones en caliente a la semana, algunos lo consiguen, pero es menos del 2%», señala.
Cerca de Idomeni, una vía de tren cruza la frontera hacia Macedonia del Norte. Esto motiva a miles de personas refugiadas a montar asentamientos en tiendas improvisadas o casas abandonadas en puntos fronterizos. Después de pasar la noche en estos refugios improvisados, los chavales –casi siempre son hombres jóvenes– saltan a los trenes que pasan lentamente por Softex, una estación abandonada. Por lo general, son detenidos dentro, entre o debajo de los vagones del tren una vez que llegan a la primera estación macedonia, Gevgelija.
Border Violence Monitorning Network (BVMN) es una red de organizaciones que reporta y da visibilidad a las deportaciones en caliente. En su último informe, BVMN expone conductas preocupantes en términos de acción policial en la zona de Evzoni. Entre los tipos de violencia ejercida se incluyen golpes de porra y de troncos de árboles, así como patadas, el uso de pistolas táser, gas pimienta, y armas de fuego. A lo cual se añade el robo de objetos personales y la falta de asistencia médica u otras necesidades básicas como agua, comida e higiene.
Además, BVMN apunta que desde agosto de 2020 ha aumentado la presencia de agentes de Frontex y de cuerpos de seguridad internacionales en la frontera entre Macedonia y Grecia. Del mismo modo, algunos de los chicos entrevistados que han sido víctimas de devoluciones en caliente en esta zona denuncian violencia por parte de otras fuerzas policiales. Un grupo de seis jóvenes, entre los que se encuentra un menor de 15 años no acompañado, declaran haber sido devueltos a la frontera por militares de la OTAN, los cuales emplearon armas de fuego para asustarlos. Provienen de diferentes lugares del mundo, entre ellos Egipto, Bangladesh, Libia y Bélgica.
Historias con nombres y apellidos
«Normalmente viajamos en la parte trasera del tren, o entre los vagones. Esta mañana nos subimos al tren en Tesalónica pero por algún motivo se detuvo antes de Gevgelija, así que tuvimos que hacer el resto andando», dice Ahmed, de Egipto. Como la mayoría, han pasado la noche cerca de la estación de tren y por la mañana han intentado cruzar por los campos que acompañan la zona fronteriza. Al ser devueltos, ahora deben andar toda la mañana por la carretera hasta la estación de autobús más cercana para ir de vuelta a Tesalónica.
Piden a la gente de la estación dos euros para un bocadillo y el billete de bus. La policía pasa varias veces para asegurarse que no permanecerán en la zona. Cuando se le pregunta al agente de policía por este procedimiento, aclara que la obligación es asegurarse que las personas que han sido devueltas no se acumulen en los pueblos cercanos. ¿Y mañana? «Mañana seguramente lo volvamos a intentar, llevamos dos años así», añade uno de los jóvenes.
Alrededor de las casas abandonadas cerca de la frontera se encuentran también tres jóvenes de Pakistán. Proceden del mismo pueblo, cerca de de la región de Cachemira (India) y huyen de la violencia. Los tres emprendieron este viaje juntos ahora hace más de tres años, pero Grecia no les facilita un estatus legal al que acogerse.
Después de haber pasado la noche entre los restos de paredes abandonadas han sido detenidos en suelo macedonio y agredidos por policías y miembros del ejército con porras y ramas de árbol. «También nos han quitado nuestros teléfonos y mochilas, nos han dejado sin nada, sólo unas botellas de agua vacías», denuncia uno de ellos con resignación.
Distintos testimonios confirman que el robo y destrucción de objetos personales, dinero y documentación se ha convertido en una práctica común. Ahora los chicos, una vez deportados a Grecia emprenden camino de nuevo a su residencia habitual en el país, la ciudad de Patras, a más de 500 kilómetros de Evzoni, y el hecho de haber perdido sus pertenencias personales dificulta su retorno. «Esta es la primera vez y la última que lo intentamos, vamos a volver al trabajo en los campos de olivos de Patras», afirma uno de ellos.
Procedimientos poco correctos
Según el procedimiento de asilo nacional griego, los migrantes que ingresan de forma irregular deben ser informados sobre sus derechos y obligaciones, en particular sobre el procedimiento de protección internacional. Antes de cualquier procedimiento de readmisión, la policía debe dar también la oportunidad de expresar su intención de solicitar asilo. Además, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos insiste en que aquellos Estados que tengan intención de trasladar una persona a otro país, deben previamente asegurarse que el país de destino ofrece las garantías suficientes para que la persona no sea expulsada a su país de origen sin una valoración de los riesgos que ello comportaría.
Sin embargo, tales prácticas siguen siendo comunes. Hoy, con el nuevo pacto sobre Migración y Asilo aprobado por la Comisión Europea, definido como un «un reparto justo de responsabilidad y solidaridad» por la presidenta Ursula von der Leyen, se dificulta aún más la permanencia en las fronteras de la Unión Europea de las personas refugiadas.
Los chavales que han compartido en este artículo situaciones de violencia y vulneración de sus derechos son, además, pertenecientes a minorías étnicas o de nacionalidades más susceptibles de no ser aceptadas como solicitantes de asilo. Obviando en todo caso su situación a nivel individual, la situación en su país es considerada de menor riesgo y, por tanto, la tramitación legal y administrativa se prolonga indefinidamente. Por este motivo, ninguno de ellos está interesado en solicitar el ingreso a un campo de refugiados.
Además, según testimonios que residen en el campo de Nea Kavala, la presencia de estas nacionalidades, al ser minoritarias, conlleva tensiones dentro del propio campo. Por todo ello, muchos deciden vivir en la calle, ganando un mísero sueldo en algún cultivo agrícola y probando, una y otra vez, la mejor manera de seguir cruzando fronteras para llegar a entrar a una Europa de puertas blindadas, cada vez más impenetrable.
Pieza publicada originalmente en Público