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La enfermera guineana que dejó de mutilar a niñas: “En un entorno donde todo el mundo hace una cosa, es muy complicado no hacer lo mismo”

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12 de enero de 2024
La enfermera guineana Djénabou Bélla Diallo, en el patio trasero de su casa, en Labé, en agosto de 2023. | Sara Aminiyan

Djénabou Bélla Diallo, que sufrió la ablación del clítoris en la infancia, hoy es matrona y reniega de esta práctica, aún muy habitual en Guinea-Conakry, el segundo país del mundo donde más se mutila

Labé (Guinea)

Djénabou Bélla Diallo aprendió a mutilar los genitales de las niñas durante las prácticas universitarias de enfermería, en una clínica privada de la ciudad de Labé, en el centro oeste de Guinea-Conakry. “Hay mucha presión social. Todas las generaciones pasadas lo hacían, absolutamente todas las mujeres estaban mutiladas. En un entorno donde todo el mundo hace una cosa, es muy complicado no hacer lo mismo”, explica.

Diallo, de 35 años, y que también sufrió la ablación de niña, habla de su trabajo practicando mutilación genital femenina (MGF) de manera más bien introvertida, aunque respondiendo todas las preguntas. “En la clínica paramos de mutilar a las pequeñas cuando comprendimos los daños físicos y psíquicos que causa, y empezamos a dar formaciones para frenar esta violencia de género”, recuerda. Hace dos años que dejó de practicar la ablación para trabajar como matrona en un centro de salud público en el distrito de Pelel, cerca de Labé, a su vez el epicentro comercial y capital de una de las ocho regiones en las que se divide Guinea. Desde 2021, una junta militar gobierna este país de 14 millones de habitantes, donde más del 41% de la población es menor de 14 años según el Fondo de Población de las Naciones Unidas.

En el pueblo de Missira, un niño saca agua del pozo. | Sara Aminiyan

La mutilación genital femenina o ablación del clítoris de niñas se practica mayoritariamente en países en África y Oriente Medio, a pesar de estar prohibida en muchos de ellos. Al menos 200 millones de niñas y mujeres vivas hoy en 31 países han sido sometidas a ella, según datos de Unicef. En general, dice este organismo, la práctica ha ido disminuyendo en las últimas tres décadas. No es el caso de Guinea-Conakry, que es el segundo país del mundo, después de Somalia, donde más niñas y mujeres sufren esta forma de violencia de género: el 95% de ellas, según la organización feminista Equality Now.

En la clínica En la clínica paramos de mutilar a las pequeñas cuando comprendimos los daños físicos y psíquicos que causa, y empezamos a dar formaciones para frenar esta violencia de género

«En nuestro caso [en la clínica], solo cortábamos un trozo de clítoris”, rememora Diallo. “Aunque hay más tipos de MGF. El tipo más extendido en Guinea, sobre todo en las zonas rurales, es el tipo tres, en el que se corta el clítoris, los nervios mayores y los labios superiores. En las clínicas privadas se practica con los utensilios sanitarios. Si no, se hace con tijeras, cúter o cuchillos, muy común en las zonas rurales”. Aissatou Diallo, activista feminista guineana afincada en Barcelona, añade que esta práctica no tiene una relación directa con la religión. “Se mutila a niñas musulmanas, católicas y animistas”, afirma.

Cada mes, la enfermera Diallo mutilaba a dos niñas de entre cinco y seis años, aproximadamente, por 50.000 francos guineanos (unos cinco euros y medio). En Guinea, el porcentaje de familias que mutilan a sus hijas en clínicas privadas es muy bajo, ya que no toda la población se lo puede permitir, apunta. “Existe lo que se llaman las mutiladoras comunitarias, que van por los pueblos rurales, y a cambio de poco dinero, se ofrecen a ejercer la MGF. En estos casos, no mutilan a las niñas dentro de casa, sino que se las llevan y las mutilan en medio del bosque, por ejemplo”.

Cada mes, la enfermera Diallo mutilaba a dos niñas de entre cinco y seis años, aproximadamente, por 50.000 francos guineanos (unos cinco euros y medio)

Las consecuencias de la MGF son variadas: traumas psicológicos, complicaciones graves a la hora de dar a luz y privación del placer sexual. “Es una práctica machista, que se utiliza para hacer más vulnerables a las mujeres ya desde pequeñas”, subraya Aissatou Diallo. “Es una herramienta de dominación, para debilitarnos”, dice esta mujer, cuyo hermano está casado con la enfermera Djénabou Diallo y que ejerce como presidenta de AHCAMA, una asociación que trabaja contra la violencia machista.

Djénabou Diallo asegura que cada vez hay más mujeres, sobre todo de su generación, que se niegan a practicar la MGF a sus hijas. Y reconoce que una estrategia bastante popular es disimular y afirmar que las niñas han cumplido con el rito, sin que sea verdad. “Hasta ellas creen que lo están, y de mayores descubren que no”, admite. Cuando se le pregunta por su propia hija, Diallo responde rápido: “A ella no la vamos a mutilar”.

La práctica de la MGF no es el único problema que enfrentan las guineanas. Apenas el 31% de las mujeres del país estaban alfabetizadas en 2021, según datos del Banco Mundial, y el acceso a la sanidad o a recursos básicos como el agua potable son muy escasos o nulos, detalla Boubacar Sylla, de la ONG guineana Club des Amis du Monde (CAM). La situación es especialmente dura en las zonas rurales, donde hoy vive aproximadamente el 62% de la población guineana.

A la MGF se le suman otros problemas, como los matrimonios forzados y precoces de niñas. En 2021, el 47% de mujeres en Guinea se casaron antes de cumplir los 18 años, según un estudio de la Fundación Wassu-UAB, de la Universidad Autónoma de Barcelona, que concluía que una comunidad que legitima la MGF es más probable que, a su vez, conduzca a sus hijos e hijas a contraer matrimonios forzados.

Artículo publicado orginariamente en Planeta Futuro

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