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Defender tu identidad cuando tu vida está en juego

29 de juny de 2024
Para muchas personas trans, el trabajo sexual es la única posibilidad de sobrevivir. | Ricardo Peña

Extorsión, abusos, aislamiento, tortura… Un sinfín de violencias acompaña la realidad de las mujeres trans en Centroamérica

Tapachula, México

Cindi viste de hombre, aunque no siempre ha sido así. El nombre se lo puso ella misma, porque siempre le había gustado, cuando empezó a trabajar en la calle, en Honduras. En esa época se dejaba el pelo largo, y disfrutaba andando en tacones y maquillándose. Ahora, cinco años más tarde, vuelve a llevar el pelo corto —se lo raparon a la fuerza. Sabe que si viste con elementos femeninos estará mucho más expuesta. Prefiere, mientras dure su tránsito migratorio por México, pasar desapercibida. 

En la misma semana, en la misma ciudad, en un albergue cerca de Tapachula, en el sur de México, Estela mira a la nada, sentada en un banco a la sombra, sosteniendo en sus faldas a su perrito blanco que la ha acompañado durante todo su viaje. Ella sí viste de mujer, el maquillaje se le derrite en la cara del calor. Ya no sabe cuál es su camino, si de ida o de vuelta, si hacia Estados Unidos, Honduras o quién sabe dónde.

Ambas son hondureñas, ambas huyen de un país en el que las personas trans se encuentran en una situación de enorme vulnerabilidad. Ambas han trabajado durante años como trabajadoras sexuales, un trabajo que se presentó en sus vidas cómo la única forma de poder sobrevivir, pero que también ha sido causante de las mayores violencias a las que han sido sometidas.

Vivir rodeada de violencias

Los países del norte de Centroamérica (Guatemala, Honduras y El Salvador) presentan los índices de peligrosidad más elevados del mundo. En este contexto, los riesgos a los que están sometidos las mujeres trans se multiplican. Entre el 1 de octubre de 2019 y el 20 de septiembre de 2020 fueron asesinadas 350 personas transgénero en todo el mundo, el 98 % de las víctimas fueron mujeres y el 82% de los casos sucedieron en Centroamérica, según datos del Proyecto de Monitoreo de Homicidios de Personas Transgénero realizado por Transrespect vs Transphobia. Estos niveles de violencia sitúan al colectivo en una esperanza de vida media de 35 años.

Diversas investigaciones e informes especializados realizados en diversas partes del mundo señalan que la constante discriminación y consecuente marginación que sufre esta población impacta a su calidad de vida, afectando al acceso a servicios básicos como la atención médica y la inserción educativa y laboral (Foglia & Fredriksen-Goldsen, 2014; Kelleher, 2009). “Lamentablemente en ninguno de los tres países del norte de Centroamérica hay un plan de trabajo médico para el proceso de transición de las poblaciones trans. Debido a esto y a su escasez de recursos, la mayoría optan por prácticas no regladas y sin acompañamiento médico para hacer sus intervenciones llegando a usar aceite mineral, aceite de vehículos u otras sustancias que son nocivas para sus cuerpos” declaran desde la Asociación Lambda, que atiende a personas de la comunidad LGTBIQ+ en tránsito por Centroamérica y que ha sido entrevistada para este reportaje.

Además de vivir un elevado número de violencias que ponen en riesgo su vida, en Centroamérica, las mujeres trans también deben enfrentarse a la marginalización y la discriminación de la sociedad, “uno de los principales motivos por los que atendemos es por la discriminación y exclusión de comunidades y núcleos familiares, que las aíslan y obligan a migrar” añaden desde Lambda. Los innumerables abusos y la discriminación en muchos casos empiezan en los primeros estadios de la vida.

El estigma que vive el colectivo las persigue en entornos escolares y laborales, donde la discriminación y el acoso generalizado las obligan a abandonar estos espacios

Crecer siendo abusada sexualmente 

— Yo fui abusado, cuando sólo era un niño de 5 años, por el esposo de mi madre. Fueron varias veces. Y más adelante se le añadió el vecino.

Cindi tardó años en despertar estos recuerdos. Su cerebro los escondió para poder sobrevivir. Su historia empieza con una violación, y ésta se convierte en un acto que la acompañará cómo un fantasma cruel y pegajoso durante el resto de su vida. La siguiente vez pasó a sus 10 años, cerca de su colonia natal, en San pedro Sula. El pequeño, que en ese momento todavía no había hecho la transición, tenía la costumbre de ir a bañarse solo al río.

— Esta vez me cayeron como diez personas. Eran de la MS (la Mara Salvatrucha). Llegué a la casa sangrando.

Fueron diez personas, diez hombres, diez pandilleros. Cuando la encontraron la trasladaron directamente al Hospital Mario Catarino. Nadie le ofreció la opción de denunciar.

Cindi vivió con miedo desde aquel entonces, y cuanto más sentía que su género no correspondía a su cuerpo, más aumentaban las amenazas que sufría.

Por su parte, Estela, originaria de Atlántida, Honduras, empezó a maquillarse alrededor de los 20 años. Toda su familia la rechazó, la echaron de casa y, pese a tener estudios como contable, le fue imposible encontrar un trabajo para poder alquilarse su propio cuarto. El estigma que vive el colectivo las persigue en entornos escolares y laborales, donde la discriminación y el acoso generalizado las obligan a abandonar estos espacios. Por esta razón, la población LGTBIQ+ centroamericana se desplaza en busca de espacios seguros. Estela, a los 20 años y sin ayuda de nadie, decidió migrar hacia Guatemala.

El trabajo sexual como única alternativa a sobrevivir 

“Lo único que pude hacer en ese momento fue vender mi cuerpo, me fui para la Ciudad de Guatemala y empecé en la prostitución. Aunque a una no le guste pues a nosotras todo nos empuja a esto, nos ven como putas, siempre nos han visto así”, reflexiona Estela, con la mirada algo perdida. Al poco tiempo de estar en Guatemala, las pandillas la identificaron, y comenzaron a extorsionarla, obligándola a trabajar con más clientes y llevándose buena parte del dinero que ganaba para pagar la extorsión. “Las pandillas las obligan a ejercer el comercio sexual. La mayoría de la población trans que ejerce el trabajo sexual son extorsionadas u obligadas por pandillas. No puedo decir que el 100% pero la mayoría”, aseguran desde la asociación Lambda.

Debido a la violencia, la discriminación y la falta de oportunidades organizaciones humanitarias han identificado que hasta el 70% de las mujeres transgénero utilizan la prostitución como recurso para sobrevivir. En Centroamérica, además del contexto actual de inestabilidad política, precariedad económica y desigualdad social, la situación de violencia generada por las pandillas afecta a este colectivo particularmente. Al no tener ninguna red de protección ni a nivel familiar ni por parte del estado, las personas trans suponen una “presa fácil” para la extorsión, la venta de drogas o armas y la explotación sexual.

Los países del norte de Centroamérica (Guatemala, Honduras y El Salvador) presentan los índices de peligrosidad más elevados del mundo. Allí, los riesgo para las mujeres trans se multiplican. | Ricardo Peña

En el caso de Cindi, ella vivió su proceso de transición de género a los 24 años, mientras se prostituía junto a un compañero gay. “Él me dijo que nos travistiéramos como mujeres, allí empezó todo. Nos íbamos a un bazar a comprar pelucas, y éramos inexpertas para el maquillaje, ¡inexpertas! y cómo a los clientes les gustaban con pecho pues nos poníamos un pecho falso”. Primero lo hacía para ganar más dinero, pero luego empezó a sentirse más cómoda como mujer que como hombre.

Cindi ha sido abusada desde que era un niño pequeño. Todas estas agresiones han dejado serias secuelas en su cuerpo; problemas en el habla, un constante temblor en las manos, y el VIH

Después de unos meses ejerciendo como trabajadora sexual Cindi decidió empezar a trabajar en una nueva colonia llamada la Sandoval de San Pedro Sula porque había oído que allí se ganaba más dinero. Esa zona la controlaba la mara. “Yo sabía sólo con verlos que eran pandilleros”. Un día se fue con uno de ellos a un bosque cercano. “Yo lo seguí, cuando llegué… me cayeron 19 hombres. Casi me matan. Desperté unos días después en el hospital”. Cuando salió del hospital a los 15 días, volvió a las calles a trabajar. “Ya no salía todos los días, por temor, y sólo algún ratito, con menos clientes”.

Cindi ha sido abusada desde que era un niño pequeño. Todas estas agresiones han dejado serias secuelas en su cuerpo; problemas en el habla, un constante temblor en las manos, y el VIH. “Yo siempre me chequeaba, en el parque, había organizaciones que hacían los exámenes. Pero llegó un día que me pegó una fiebre muy fuerte, una fiebre tremenda, con un dolor en todo el cuerpo que no lo podía aguantar. Hacete las pruebas ya, culera, me decían mis compañeras”. Muchos de sus clientes sólo le pagaban sus servicios si ella les dejaba no usar preservativo.

Fue un 12 de enero. “Pasé todo el día llorando… y empecé a tomar todos los días”. Cindi intentó quitarse la vida con una combinación de Ibuprofenos y Amoxicilina de golpe. La falta de información y el estigma al respecto de la enfermedad habían impedido que Cindi conociera la existencia de los retrovirales y que con ellos podía llegar a tener una vida normal. Ahora hace ya tres años que los toma y, en su proceso migratorio, no descansa hasta que no encuentra alguna organización de la sociedad civil que pueda recetárselos. “La prevalencia de VIH es demasiado alta, aproximadamente del 15 al 30% de los casos de mujeres trans” declaran desde Lambda.

Abusos por parte de autoridades 

Además del trabajo sexual, las mujeres trans se ven abocadas también a trabajos ilegales como la venta de drogas lo cual las sitúa en procesos de criminalización y penales. En las situaciones de detención, las mujeres trans son todavía más vulnerables ya que se las categoriza con el sexo con el que han nacido y no con el que se identifican.  

Para Estela, estar en una cárcel de hombres fue causa de las peores vejaciones y abusos a los que ha tenido que enfrentarse. “Me obligaban a bailar desnuda para los presos, la mayoría eran mareros. Todos abusaban de mÍ… todos… también los directores de la cárcel, fue horrible, horrible. Me obligaron a hacer muchas cosas que yo no quería hacer. Allí me sentí la mujer más manoseada del mundo” Estuvo nueve meses encarcelada injustamente por venta de drogas cuando trabajaba en las calles de Guatemala para sobrevivir. En realidad, estaba siendo extorsionada por pandillas. Además de los múltiples abusos, recuerda también con expresión de repugnancia que la obligaron a cortarse el cabello en contra de su voluntad.

Tanto Cindi como Estela se encuentran ahora en México, cansadas de las extorsiones, decidieron buscar formas de llegar a Estados Unidos para lograr terminar con la transición de su género. Pero las violencias no han dejado de acompañarlas durante el camino. Ambas han perdido a más de una compañera en el viaje. Ambas fueron agredidas sexualmente por parte de la policía nacional civil de Guatemala, en un retén migratorio, a cambio de dejarlas seguir. Cindi trató de vender su cuerpo cuando llegó a México y vivía en la calle, pero recibió una paliza y dejó de intentarlo. También empezó a vestir de hombre en busca de discreción y protección. Estela fue violada en las vías del tren de mercancías conocido como la Bestia. Cindi, como tantos otros migrantes que cruzan México, fue secuestrada por un cartel del que nunca llegó a saber el nombre. Las torturas que vivió, además de los ya característicos maderazos en la espalda históricamente asociados al cartel de los Zetas, llegaron hasta quitar órganos a cuerpos de bebés delante suyo y de sus madres para traumatizarlas y luego venderlos en el comercio de tráfico ilegal de órganos hacia Estados Unidos. Nadie en su familia quiso pagar el monto que pedían para rescatarla. Nadie ayudó tampoco a Estela las múltiples veces que pidió ayuda a amigos y familia.

Las dos siguen vivas. Las dos siguen sobreviviendo. Sus historias son sólo uno de los muchos ejemplos de las realidades que viven el colectivo trans en Centroamérica. La sucesión y brutalidad de las violencias que han vivido a lo largo de sus vidas, lamentablemente, no supone ninguna excepción. Sino una terrible norma que está todavía muy lejos de romperse.

Reportaje publicado en colaboración con El Salto

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