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«Para el régimen talibán, una mujer educada es una amenaza»

9 de mayo de 2025
Zuhal Sherzad en Barcelona. | Sara Aminiyan

El pasado mes de agosto de 2024, el gobierno talibán en Afganistán aprobó la ‘Ley de promoción de la virtud y prevención del vicio’ que, entre otras cosas, prohíbe a las mujeres hablar en voz alta en público, considerando su voz como haram (prohibida). Ravina Shamdasani, portavoz de La Oficina de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (OHCHR) condenó esta legislación, señalando que “silencia las voces de las mujeres y les priva de su autonomía, intentando convertirlas en sombras sin rostro ni voz”. Shamdasani también pidió su revocación inmediata por violar claramente las obligaciones internacionales en materia de derechos humanos.

Esta nueva ley era solo una más entre muchas y venía a añadirse a una larguísima lista de normas que borran a las mujeres en la vida pública y que los talibanes han ido implementando poco a poco desde que tomaron el poder hace ya casi cuatro años, el 15 de agosto de 2021. En diciembre de 2022, por ejemplo, se suspendió el acceso de las mujeres a la educación universitaria, cosa que solo vino a sumarse a la primera y más grave de las medidas: la prohibición de que las niñas asistan a la escuela secundaria, afectando hoy a 1,4 millones de niñas afganas según datos de la UNESCO. Además, aunque esta ley sólo afecta a niñas en edad de atender la secundaria, el número de niñas que atiende la escuela primaria también ha caído drásticamente desde 2021. Catherine Russel, directora ejecutiva de la UNICEF alerta de que, si la prohibición persiste hasta 2030, se habrá vulnerado el derecho a la educación de más de 4 millones de niñas.

Además de la obvia violación a los derechos humanos, Russel también alerta de que las consecuencias de esta prohibición pueden llegar a ser devastadoras. Las niñas sin educación tienen más posibilidades de ser percibidas como una carga por sus propias familias, cosa que aumenta el riesgo de matrimonios infantiles. Además, la prohibición de que las mujeres estudien carreras relacionadas con la salud podría llevar a una escasez de profesionales femeninas, lo que tendría graves repercusiones para la salud  de las mujeres –especialmente la salud sexual y reproductiva– y podría resultar en un aumento de muertes maternas e infantiles. Pero las consecuencias no afectan sólo a niñas y mujeres, sino a toda la población: según un reciente estudio de la UNESCO, si la prohibición se mantiene hasta 2066, la economía afgana podría perder 9,600 millones de dólares, lo que equivale a dos tercios del PIB actual del país.

"El día que tomaron Kabul, lo primero que anunciaron los talibanes cuando aparecieron victoriosos por televisión fue que las mujeres no debían salir de casa" 

Ante todo esto, la activista Zuhal Sherzad, de 22 años, coordinadora general de proyectos en la asociación Ponts per la Pau, no se ha quedado de brazos cruzados. Antes de la llegada de los talibanes al poder, mientras estudiaba ciencias políticas en la universidad de Kabul, ya trabajaba como activista organizando talleres y seminarios en la universidad y en la propia asociación Ponts per la Pau, para promover el liderazgo juvenil. También se dedicaban a hacer actividades educativas con mujeres y niñas en situaciones vulnerables en distintas zonas del país.

El día que los talibanes tomaron Kabul, Zuhal, que por aquél entonces tenía 18 años, corrió a casa para proteger algo fundamental. “Lo primero que hicimos mis padres y yo cuando los talibanes tomaron Kabul, fue esconder los documentos de la asociación, porque sabíamos que ellos estaban en contra de la educación. En aquél momento ya trabajábamos con muchas mujeres, y eso nos podía poner en peligro”.  

Los documentos que quemó Zuhal aquél día con su familia estaban lejos de ser lo que corrientemente se asociaría con un documento ilegal que podría poner a alguien en peligro. “Eran poemas de las estudiantes, dibujos hechos en clase, y listas de asistencia de las alumnas. Lo cogimos todo y lo quemamos en el patio trasero de mi casa. Algunos los enterramos, para esconderlos.”  

Con una determinación y una energía magnéticas, Zuhal sigue hablando para explicar por qué esos documentos aparentemente inocentes pueden llegar a ser tan peligrosos: “En Afganistán, hay muchos problemas que abordar, política, economía, etc. Pero cuando tomaron Kabul, lo primero que anunciaron los talibanes cuando aparecieron victoriosos por televisión fue que las mujeres no debían salir de casa. Porque, desde que gobernaron la última vez, sabían que las mujeres habían estado accediendo a la educación y que el país estaba lleno de mujeres empoderadas y educadas: emprendedoras, doctoras, ingenieras. Y ellos, en realidad, les tienen miedo. Para ellos, una mujer educada es una amenaza”.

Zuhal Sherzad en Barcelona. | Sara Aminiyan

Cuando le pregunto si sabría explicarme al menos una parte del engranaje que lleva el patriarcado hasta un extremo tal, que hace que los derechos de las mujeres se conviertan en una amenaza para el régimen, los ojos de Zuhal se llenan de orgullo. “Las mujeres afganas somos muy fuertes, y eso es lo que a ellos les da miedo”.  Y es que las mujeres representan, históricamente, una parte importantísima de la resistencia al régimen talibán. De hecho, a pesar de las prohibiciones, son ellas quienes han liderado gran parte de la resistencia activa contra el régimen desde 2021. Grupos como RAWA (Asociación Revolucionaria de las Mujeres de Afganistán) –que lleva defendiendo los derechos humanos en el país desde 1977– han continuado su trabajo en la clandestinidad. Desde agosto de 2021 ha habido decenas de protestas organizadas por mujeres en Kabul y otras ciudades, a pesar de la represión violenta que incluye arrestos y desapariciones forzadas. Activistas como Fawzia Koofi y Shukria Barakzai han sido figuras destacadas en esta lucha, y el asesinato de Mursal Nabizada, exdiputada, en 2023 simboliza el alto coste de resistir. Pero aún así, miles de mujeres siguen movilizadas.

"Si empoderamos a las mujeres, no solo cambia la vida de esa mujer, sino que cambiará la vida de los hombres que la rodean"

Zuhal forma parte de esas mujeres incansables que resisten el régimen. Tras la toma de Kabul, su vida cambió por completo. El trabajo que hacía con Ponts per la Pau era ahora ilegal, pero también mucho más necesario que antes. Así que ella y su equipo se pusieron manos a la obra y empezaron a organizar escuelas clandestinas en los bajos de casas privadas para que las niñas pudieran seguir su educación. “Empezamos con mucha fuerza, porque la situación era crítica y no podíamos hacer como si nada. Desarrollamos métodos para que nadie nos pillara. Todo era secreto, nos escondíamos. Cuando organizábamos clases, les decíamos a las alumnas que vinieran de una en una o dos en dos, para no atraer la atención de la gente por la calle. También cambiábamos la localización de las clases cada mes, por seguridad. Así, por fuera parecía una casa normal, podía parecer que era una reunión cualquiera, una comida entre amigas o familiares. Pero en realidad, cuando bajabas al piso de abajo, era una escuela, con sus estudiantes y su profesora.”

Además de la necesidad inminente de las niñas y las jóvenes de poder acceder a una educación, Zuhal también insiste en lo esencial que es trabajar contra las creencias patriarcales que están fuertemente arraigadas en la cultura, sobre todo fuera de las ciudades. “En las zonas rurales, debido al poder que los talibanes han tenido durante mucho tiempo, han conseguido cambiar la mentalidad de las familias, especialmente de los hombres hacia las mujeres, hermanas y madres. Como dice Nadia Ghulam, fundadora de Ponts per la Pau, no se trata solo de los talibanes que actúan externamente, sino también del talibán interno, el padre y el hermano pueden ser un talibán si te oprimen, si te limitan en la casa. Estos hombres han sido obligados a pensar así por el régimen, les han lavado el cerebro con esta ideología.” Así que desde Ponts per la Pau también trabajan para que sean las mismas niñas y jóvenes las que convenzan a sus familias de la importancia de su educación y su independencia. “Si empoderamos a las mujeres, no solo cambia la vida de esa mujer, sino que cambiará la vida de los hombres que la rodean.”

Zuhal insiste en precisar, sin embargo, que este arraigo cultural del patriarcado nada tiene que ver con el Islam. “Me preocupa que la gente juzgue la situación desde la islamofobia. Nuestra religión no habla en ningún momento de poner límites a la educación de las mujeres, no habla de esconder a las mujeres, de que no salgan. La historia del Islam está llena de mujeres empoderadas, Azrat Khadija, por ejemplo, era una mujer de negocios. Eso nunca ha sido un problema. El problema es que los talibanes representan mal el Islam mediante leyes injustas.” 

"Estoy segura de que serán las propias mujeres las que cambien esta situación"

Cuando pregunto por los riesgos de su activismo, de las escuelas clandestinas, la voz de Zuhal no pierde la seguridad y determinación que la caracteriza. “Te puedes imaginar lo difícil que es para una niña pasar miedo para ir de su casa hasta una escuela clandestina en un subsuelo. Imagínate caminar por la calle escondiendo tu libreta y tu bolígrafo debajo del velo o debajo de la chaqueta para que nadie lo vea. Pero no hay otra manera de avanzar. Es la única esperanza que tienen. Así que corren el riesgo, igual que lo corremos nosotras.”

Después de haber formado a otras compañeras que seguirán con sus labores en las escuelas de Ponts per la Pau, Zuhal decidió abandonar el país gracias al Programa Català de Protecció de Defensors i Defensores dels Drets Humans. Desde entonces, ejerce como coordinadora a distancia, apoyando y dando esperanza a sus sucesoras a través de una pantalla. Para ella, salir del país para seguir con su educación forma parte de su activismo, de su forma de apoyar a las mujeres afganas:  “Dejar mi país no fue fácil, pero lo hice por mis hermanas afganas, por las que siguen allí, enfrentándose a retos cada día. Vine aquí para continuar mi educación y así poder adquirir las herramientas y los conocimientos necesarios para apoyarlas desde la distancia. Mi corazón está siempre con ellas, y todo lo que hago está impulsado por la esperanza de crear un futuro mejor para ellas. Llevo su fuerza conmigo en todo lo que hago”. 

Poco después de haber aterrizado en Barcelona, Zuhal pisó por primera vez una universidad desde el día que tuvo que salir de clase en la universidad de Kabul en 2022. “Recuerdo que el día que llegué teníamos una conferencia en la Universidad de Barcelona para hablar del documental de Txell Feixas Dones en Lluita de 3Cat, en el que había colaborado antes de irme de Afganistán. Era la primera vez que entraba en una universidad en mucho tiempo, fue emocionante. Vi a chicas y chicos en el comedor, y sentados en el suelo del patio de la universidad. Charlaban, tenían libros y ordenadores. Y me emocioné pensando en mis chicas, mis hermanas en Afganistán que no tienen esta oportunidad ahora. Y yo, claro, ahora estoy aquí, me siento segura. Pero mi alma está con ellas que no tienen este privilegio.”

No sabe si volverá pronto o si seguirá priorizando la oportunidad para estudiar, pero Zuhal tiene esperanza para Afganistán. “Estoy segura de que serán las propias mujeres las que cambien esta situación. Si no se rinden, si siguen siendo valientes, todo estará bien. El día que quemamos los documentos en el jardín trasero, le dije a mi madre que esas cenizas no eran un fracaso. Le dije: mamá, estas cenizas son semillas, esto crecerá y saldrá de la tierra y llegará muy, muy alto”.

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