En el norte de la península helénica, a 20 km de la frontera con Macedonia, se encuentra Nea Kavala, un antiguo aeródromo militar convertido en un campo de refugiadas desde el cierre de fronteras de Europa en 2016. En la actualidad viven aproximadamente 1.600 personas registradas –422 de ellas menores de edad– distribuidas en containers y grandes carpas divididas en cubículos. Sin embargo, el campo nació con una capacidad de 500 habitantes. Las nacionalidades son variadas, pero la mayoría de residentes provienen de Afganistán, Siria, Congo, Irak y Somalia, respectivamente.
Teniendo en cuenta que muchas personas intentan a diario llegar hasta la frontera con Macedonia, así como el traslado constante de refugiadas provenientes de campos de las islas, el número de residentes fluctúa continuamente. Además, según Maria Serra, la coordinadora de Open Cultural Center, una de las organizaciones que trabajan para dar asistencia educativa a las personas refugiadas en el norte de Grecia, el campo de Nea Kavala está pensado para ser un asentamiento de larga estancia, pero las condiciones climatológicas, especialmente en las tiendas, dificultan la vida de las residentes, lo que provoca que el número de personas fluctúe aún más durante el año. La mayoría de tiendas y containers carecen de agua, lavabo o cocina, lo que hace que las personas residentes tengan que hacer largas colas para acceder a las instalaciones comunitarias que proveen las necesidades más básicas.
Estas condiciones han ido empeorando desde la Covid-19. La asistencia, tanto sanitaria como de productos básicos, se ha vuelto más precaria; hay solo un médico por las mañanas para las 1.600 personas y la higiene, por la falta de agua, es deplorable. Se han aplicado multas de hasta 150 € a personas que no llevaban la mascarilla bien puesta.
La vigilancia y las restricciones para entrar y salir se han impuesto con mayor fuerza. Y la tensión entre la población del campo va en aumento. Además, algunas de las organizaciones que trabajaban sobre el terreno han tenido que irse por la nueva ley de registro 4686/2020 decretada por el Gobierno de Grecia. Hoy en día, el estatus de muchas de ellas cuelga de un hilo.
Ya ha habido intentos previos de confinar el campo. Durante el primer brote de coronavirus a principios de la primavera, un primer confinamiento supuso la crispación de las personas que viven allí y desató una serie de protestas que hicieron abrir de nuevo el campo después de cuatro días. El último, que ha sido decretado por las autoridades griegas a primera hora del pasado viernes 11 de septiembre, está haciendo volver a saltar la alarma entre la población del campo. «La comida que llega desde las organizaciones, como la OIM (Organización Internacional para las Migraciones), no es suficiente para aguantar 15 días» explica Rajab, un joven afgano que vive en Nea Kavala. En esta entrevista, comparte sus preocupaciones respecto a los primeros días de confinamiento.
Pieza publicada originalmente en Stop Mare Mortum (versión en catalán)