La masacre del 7 de octubre y la feroz guerra contra Gaza ha unido a estas mujeres que abogan por soluciones políticas y por retomar las conversaciones
Jerusalén – Belén
A veces, las tragedias unen a pueblos de una forma inexplicable. El pasado 7 de octubre, centenares de milicianos de Hamás entraron en las comunidades fronterizas del sur de Israel con la Franja de Gaza y mataron a 1.139 personas. La amplia mayoría eran civiles. A continuación, las autoridades israelíes lanzaron la guerra más feroz contra el enclave palestino de su historia. En casi seis meses sin apenas tregua, ya han muerto 33.360 gazatíes, de acuerdo a los datos del Ministerio de Salud en Gaza. El 70% son mujeres, niños y niñas, entre los cuales hay más de 13.000 menores. Ante la destrucción, el odio y el desgarro, grupos de mujeres palestinas e israelíes se han unido exigiendo, de nuevo, paz y convivencia. “Nuestra labor es más importante que nunca”, constata Judith Gilbert, de la organización israelí Mujeres por la Paz (Women Wage Peace).
“Lo tenemos más claro que antes del 7 de octubre: muchos se equivocaron pero nosotras no”, defiende Gilbert, desde una cafetería en la calle principal de Jerusalén. “Esto se va a resolver con un acuerdo político y no con la guerra ni con operaciones militares, y la guerra de hoy contra Gaza lo está demostrando”, añade esta argentina-israelí. Con esto, Gilbert se refiere al conflicto de largo recorrido que asfixia a la Palestina histórica desde hace décadas. A lo largo de los últimos 75 años, miles de personas palestinas e israelíes han muerto defendiendo una misma tierra que ambos pueblos consideran propia. Ante esta realidad innegable, las mujeres palestinas e israelíes, hartas de ver a sus hijos e hijas perecer a ambos lados de la disputada frontera, se hermanan para decir basta.
Con una década recorrida, el movimiento Women Wage Peace se ha convertido en el mayor movimiento de paz de base en Israel. Cuenta con 50.000 miembros, la mayoría son mujeres de todo el arco político, social y religioso del Estado hebreo. “No somos un movimiento pacifista, lo que nosotras venimos a decir es que si hay que llegar a un conflicto armado sea realmente después de haber vuelto del revés cada piedra para encontrar una solución”, aclara Gilbert. Al otro lado de la Línea Verde, en la histórica ciudad de Belén, sus compañeras palestinas de la organización Mujeres del Sol (Women of the Sun) comparten el mismo mensaje desde hace tres años. “Nadie de nosotras quiere perder a su familia y todas deseamos vivir en paz y dignidad, porque la guerra sólo trae más guerra”, dice una de sus cofundadoras, Marwa Hammad.
Grupos de mujeres palestinas e israelíes se han unido exigiendo, de nuevo, paz y convivencia
“Nosotras vivimos en esta tierra y no nos vamos a ir, y ellas viven en esta tierra y no se van a ir, así que la solución pasa por encontrar el lugar donde podamos convivir juntas”, afirma Hammad. Ambos pueblos viven a kilómetros el uno del otro, pero, más allá de la confrontación, no tienen lugares donde encontrarse. “Para una persona palestina, la separación de las dos comunidades por el muro del apartheid ha hecho que los únicos israelíes que llega a conocer son los soldados israelíes que les impiden la circulación en los puestos de controles, vienen a registrar sus casas o a detener a sus hijos e hijas”, lamenta Hammad. Al otro lado, ocurre algo parecido tras años de esfuerzos para deshumanizar a la población autóctona del lugar. Sobre todo después del 7 de octubre, en la sociedad israelí, cada vez más conservadora, ser una persona palestina es casi sinónimo de terrorista.
Por eso, para las israelíes, esta unión con las palestinas, bastante rara, especialmente en los tiempos que corren, les permite “romper con una de las barreras psicológicas que hay en este país”. “Prevalece esta idea de que no hay un socio al otro lado con quién discutir [la paz], y nosotras venimos a decir que sí que lo hay, que hay 3.000 mujeres palestinas que son nuestras socias y que quieren lo mismo que nosotras: simplemente que sus hijos vivan”, defiende Gilbert, acostumbrada a reunirse con mujeres palestinas y con representantes diplomáticas para defender su causa, más allá de emprender proyectos en común para conocerse las unas a las otras.
Pero ahora, la barbarie de la guerra contra Gaza les demuestra que no son solo sus criaturas quiénes pueden perder la vida, sino ellas mismas. Alrededor del 70% de las más de 33.300 muertes, según el ministerio de Salud de Gaza, son mujeres, niños y niñas.
Hartas de tanto duelo, y obligadas a vivirlo en silencio, las mujeres israelíes y palestinas, principales víctimas de cualquier conflicto armado, reclaman una silla en esa mesa de negociaciones. Esa misma a la que no acude nadie desde hace prácticamente una década.
“Esto supondría un cambio enorme en nuestra comunidad, porque ya hemos visto hasta qué punto podemos llegar al apartar a las mujeres y cada vez que empieza una guerra somos nosotras quienes pagamos el precio más elevado”, denuncia Hammad. Gilbert enumera los beneficios de “feminizar la toma de decisiones”. “Para las mujeres, lo principal no son las fronteras ni por dónde va a pasar la línea divisoria, sino cómo va a ser la vida el día después”, defiende Gilbert. “Hay que poner en relieve la preservación de la vida humana antes que cualquier conflicto armado”, añade.
“Prevalece esta idea de que no hay un socio al otro lado con quién discutir [la paz], y nosotras venimos a decir que sí que lo hay"
En su tierra compartida, las fronteras no importarán tanto. Pero sí que lo harán la educación, la salud, la cultura, el arte, la música, la sostenibilidad o el deporte. “Las mujeres tenemos esa capacidad de mirar más allá y de pensar en el cuidado de la vida humana ante todo; nosotras parimos, nosotras entendemos”, constata Gilbert. A la espera de compartir la paz, las mujeres palestinas e israelíes se han unido en el duelo y el “cuidado mutuo” las unas de las otras, especialmente después de que se confirmara el violento asesinato de una de las fundadoras de Women Wage Peace, Vivian Silver, el 7 de octubre por parte de milicianos de Hamás.
Como durante el primer mes estaba desaparecida ya que los servicios israelíes de identificación de restos estaban desbordados, se asumió que Vivian era una más de las mujeres secuestradas en Gaza. Un mes después, se confirmó su violenta muerte. Para las mujeres de Women Wage Peace y Women of the Sun, las lágrimas vertidas por Vivian un mes después de la masacre fueron las primeras desde el siete, como ya se refieren a la matanza.
“Para nosotras como palestinas, no existe la opción de simplemente sentarse y llorar”, constata Hammad. Sus hermanas israelíes las acompañan, aupando esa resiliencia. “Israel no va a tener paz hasta que el pueblo palestino no tengan paz, y viceversa”, defiende Gilbert. En definitiva, si algo han demostrado el 7 de octubre y la cruel guerra que le ha seguido es que no queda otra alternativa. Las mujeres de Women Wage Peace abogan por “vincularse menos a la tierra y a las piedras, y apostar más por crear una vida próspera para las personas que la habitan”.
Gilbert lo tiene claro: “al final todo el mundo quiere lo mismo y desearlo diciendo que el otro no lo tenga no tiene ningún sentido porque si el otro no lo tiene, no lo voy a tener yo”. A apenas unos kilómetros, entorpecidos por puestos de control cerrados y jóvenes soldados irascibles, Hammad recoge las palabras de su hermana israelí. “Como mujer palestina, estaré destrozada si pierdo a mis hijos, pero igual que cualquier otra mujer en el mundo, así que no queremos que nadie se sienta así”, concluye.