Las madres palestinas de la Franja se ven forzadas a innovar para maternar a sus hijos con vida o para sobrevivir dando a luz en situaciones extremas
Jerusalén
Hace semanas que el mundo mira con atención y congoja hacia la Franja de Gaza. Allí, Israel lleva más de dos meses y medio lanzando su guerra más letal. A lo largo de todo este desgarro, ha habido historias seguidas con lupa. Vidas cuya preservación han encogido los corazones de miles de personas alrededor del globo. Los diminutos bebés prematuros del hospital Al Shifa protagonizaron una de estas agonías globales. Sobrevivieron, primero, a un duro parto en medio del bombardeo indiscriminado. Luego, sobrevivieron a la falta de electricidad que inutilizó las incubadoras que les mantenían con vida. Después, a la incursión de soldados israelís en el complejo médico. Finalmente, 31 de ellos sobrevivieron a la odisea por el enclave hasta ser evacuados a hospitales en Egipto. Pero, más allá de este agridulce final, muchos más niños y niñas gazatís siguen sufriendo en el anonimato. Y, con cada lamento infantil, el desconsuelo de las madres aumenta.
“Desde que vi sus caritas por primera vez, no desee nada más que mantenerlos seguros y saludables”, cuenta Alaa, madre de tres pequeños, desde Rafah, al sur de la Franja de Gaza. “Ahora, en un abrir y cerrar de ojos, me doy cuenta que no puedo hacer nada más que decirles que corran más rápido” para escapar de las bombas, explica esta psicóloga de 30 años, que ya va por su cuarto refugio en 80 días de guerra. Ahora, se encuentra en el sur del sur del enclave, Rafah, esa localidad fronteriza con Egipto donde Israel ha pedido a los palestinos de Gaza que evacuen horas antes de volverla a bombardear. Desde el principio del conflicto, presentado por los líderes israelís como la venganza necesaria contra el brazo armado del grupo palestino Hamás por los ataques del 7 de octubre que masacraron a 1.200 israelís, Alaa, igual que muchas otras madres, ha visto como su vida y la de sus hijos, de seis, cuatro y un año, cambiaba por completo.
Muchos más niños y niñas gazatís siguen sufriendo en el anonimato
Sin un alto el fuego en el horizonte, la población de la Franja de Gaza se ve forzada a hacer las paces con la idea de morir. Pero, para las madres, para aquellas que han dado la vida con su propio cuerpo, rendirse a la muerte no es una opción. “En la cultura gazatí, es la mujer quién cuida a toda su familia y tiene que estar bien por los demás”, explica Raquel Vives, experta en salud sexual y reproductiva de Médicos sin Fronteras (MSF). “Estar embarazada y traer a un bebé en estas trágicas condiciones tiene que ser un sufrimiento doble, sobre todo si tienen otros niños a su cargo”, añade. Con tres hijos pequeños a los que cuidar, Alaa es un claro ejemplo de ese dolor interno que sufren todas las madres en Gaza. “Como madre, hago todo lo posible para ser positiva, desviar su atención y contarles tonterías”, describe en un testimonio relatado a la organización CARE Internacional y compartido en exclusiva con Yemayá Revista.
– Me parte el corazón ver el daño que les ha hecho esta guerra, y ver cómo mis hijos, que siempre estuvieron llenos de vida y alegría, ahora necesitan todas sus fuerzas para siquiera atreverse a salir de casa”-, constata Alaa. Todas las dificultades que, ya de por sí, sufren los adultos en la Franja de Gaza se multiplican ante unos niños que no comprenden lo que está ocurriendo. El asedio total impuesto por Israel tras iniciar la guerra ha sido la otra gran condena a muerte de los gazatís. No hay agua, ni comida, ni electricidad, ni combustible, ni tampoco se permite la entrada de ayuda humanitaria a niveles previos a la ofensiva. “Muchas noches me voy a dormir con el estómago vacío para que mis hijos puedan comer”, confiesa Alaa.
Naciones Unidas ya ha denunciado que Israel está usando el “hambre” como arma de guerra. Organizaciones como Save the Children han señalado que, próximamente, habrá más muertes por inanición que por bombardeos. La letal artillería israelí ha matado a casi 20.000 gazatís, el 70% de los cuales son mujeres y niños. Para las 55.000 mujeres embarazadas que hay ahora mismo en Gaza, la falta de atención médica regular ante el colapso del sistema sanitario puede tener terribles consecuencias. “El miedo y el estrés provocados por esta situación pueden hacer que se pongan de parto antes de lo previsto”, señala Vives, de MSF.
– Si las mujeres tienen alguna complicación por pequeña que sea si se monitorea o se trata, se puede paliar antes del parto, pero en zonas de conflicto las posibilidades de que desarrolle enfermedades que la hagan convulsionar durante el alumbramiento aumentan por el estrés y la falta de monitoreo-, añade.
“La ausencia de agua y comida hace que aquellas mujeres que estén lactando no sean capaces de producir la leche necesaria para el bebé y que estos puedan perder peso”
“La ausencia de agua y comida hace que aquellas mujeres que estén lactando no sean capaces de producir la leche necesaria para el bebé y que estos puedan perder peso”, explica la representante humanitaria, tras anunciar nuevos servicios por parte de MSF para aumentar el monitoreo de estas mujeres antes y después del parto. Frente a la sobrepoblación en los hospitales, causada por los heridos y por los desplazados, muchas mujeres son dadas de alta más pronto de lo recomendable, en apenas un par de horas después de haber dado a luz. “Además, no hay un control postnatal entre las primeras 24 horas y los primeros diez días de vida del bebé para que suba de peso, que es el periodo cuando ocurre más la mortalidad neonatal”, reconoce. En una cultura acostumbrada a parir en hospitales, tener que dar a luz en casa, –porque los centros médicos han colapsado, porque es inseguro circular por las carreteras por la presencia de francotiradores en los tejados, o porque las ambulancias no llegan–, suele implicar parir a oscuras, alumbrada por la luz del teléfono.
Más allá de las dificultades del embarazo y el post-parto, cualquier mujer en la Franja de Gaza es más vulnerable sólo por su género. “Las mujeres también nos enfrentamos a muchos desafíos ahora, no sólo como madres”, denuncia Alaa. “¿Cómo gestionas tu menstruación, cuando no hay compresas ni agua limpia? ¿Dónde amamantar en la intimidad? ¿Qué haces si el flujo de leche se detiene porque no puedes comer lo suficiente? No hay electricidad para hacer pan; no hay gas para cocinar”, añade esta superviviente. Algunas mujeres han optado por empezar a tomar pastillas para retrasar la menstruación con todos los efectos secundarios que conllevan. Pero, en medio del desplazamiento, la destrucción y la escasez, no encuentran otra alternativa. Sin que las bombas se detengan, sobreviven como pueden, protegiendo las vidas de los suyos con ahínco.
Como aquella madre que, con tal de cocinar lo poco que tiene, quema sus tejanos viejos para alumbrar el fuego. O la que intenta hacer prender leña para hacer pan y se resiste a ir al hospital pese a las dificultades respiratorias graves que inhalar el humo provoca. Sorteando la inseguridad que les rodea, hay madres en Gaza que consiguen salir y encontrar una vela y un pastelito para celebrar el cumpleaños de sus hijos. Se visten con su mejor sonrisa y les cantan como si todo fuera normal. Como si fueran los únicos niños del mundo. Así, con su voz aterciopelada, acallan los llantos de sus pequeños hambrientos y aterrorizados por las bombas. En el balanceo de sus brazos, se mece la resistencia de todo el pueblo palestino. La resistencia de seguir con vida, de dar vida.