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La ruta canaria en femenino

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25 de noviembre de 2021

— El hambre y la violencia están apretando cada vez más a África… si las mujeres se desplazan es que algo muy grave está pasando.

Después de múltiples entrevistas y conversaciones con periodistas, cooperantes, expertos en migraciones y agentes jurídicos nadie nos había planteado una reflexión como hizo ese día Gina Emmanuel. Así y de un plumazo, la auxiliar múltiple de noche en un centro de mujeres migrantes, y dependienta y modista de ropa africana a tiempo parcial en Gran Canaria, tendió el panorama migratorio y contextual actual.

Después de trabajar en la tienda Geaniva del centro comercial El Muelle de Las Palmas, Gina tiene turno de noche en el centro de acogida de mujeres y niños migrantes de Vegueta: “Las chicas confían en mí, soy africana. Las historias son muy duras, cada una es un libro, pero tengo claro que si me pongo a llorar con ellas no arreglo nada. A veces se te cae la lagrimilla y te da sentimiento”.

“Wifi y un teléfono”. Es lo primero que necesitan cuando han llegado. Comunicar que han llegado y están bien. Nos recalca concienzudamente Emmanuel.

He llegado, estoy bien, estamos bien.

De este modo podría empezar la llamada telefónica de Eva a su madre. De España a Senegal, tras pasar un periplo de tres años, y un acto casi suicida de dos días en alta mar para cruzar el Atlántico de Dajla (Marruecos) a Gran Canaria en busca de una salida para ella y su hija de dos años.

Eva leyendo las preguntas mientras da el pecho | SARA AMINIYAN

Eva viste pantalones tejanos, que le resaltan unas piernas largas y delgadas. Tiene 27 años y llegó en patera a Gran Canaria este verano junto con su hija Aisa. Mientras escribe en la libreta cada una de las respuestas que le hemos propuesto, —ha sido ella quien ha preferido este sistema de entrevista—, su hermana pequeña, Fati de 23 años, da el pecho a Ahmed, un niño de ojos grandes y saltones. Ambas salieron juntas de Senegal, ambas trabajaron en Marruecos, y ambas anhelan un lugar donde poder criar a sus hijos, desde la practicidad, sin margen al romanticismo. “Cocinar, limpiar, cuidar, nos da igual”, matiza Eva. Por su lado, Fati mira la cámara y recuerda su formación en Senegal. Cuando era joven había estudiado cursos de fotografía. Ahora, en Europa, no lo ve como una opción de trabajo, de hecho, ni lo menciona.

“Cuando llegamos a Gran Canaria estaba muy mal, tenía mucho dolor de cabeza y frío, y Ahmed estaba enfermo. Nos llevaron al hospital”, escribe Fati en su parte de libreta. Eva sufre cada día la preocupación por el peso de Aisa, que aún no llega a los kilos adecuados para su edad.

Hay tres aspectos claves en la llegada de niños y mujeres, analiza el pediatra Abian Montesdeoca. Cuando llegan niños muy pequeños las patologías acostumbran a ser aquellas que aquí detectamos durante el embarazo, por ejemplo, malformaciones cardiacas. Luego, están las de transmisión de madre a feto, las más comunes: el VIH, la hepatitis B, y la sífilis. Y también, las derivadas de la malnutrición. El tránsito acarrea problemas agudos de deshidratación, infecciones, en algunas ocasiones enfermedades de transmisión vírica en la propia patera, y heridas. Y la migración causa graves problemas de salud mental, que se agudizan entre las generaciones más jóvenes.

En el centro donde se hospedan Fati y Eva, la mayoría de las mujeres provienen de Costa de Marfil. En segundo lugar, Guinea. Según el Comité de la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW por sus siglas en inglés), la violencia de género, el matrimonio forzoso y la mutilación genital, son tres de las grandes causas por las que huyen las mujeres del África subsahariana.

Señales de quemaduras, heridas de palizas, cicatrices; historias de violación, matrimonios a los, 15, 13 e incluso los 3 años, y vidas de explotación laboral en el campo, son lo que nos van mostrando y contando.

“Me casaron a los tres años con un viejo. Mi tía era violada y maltratada cada día por su marido. La vida en Costa de Marfil es muy peligrosa, si la gente corre, tú corres”, recuerda Aminata sentada entre las escaleras que conectan la primera planta de las habitaciones con el comedor del centro.

Muta recorre de un lado a otro todos los pasillos con su moto de juguete, llega a la puerta rueda hasta el patio interior, baja la rampa hasta la cocina y sigue hasta la entrada. Y vuelve a empezar. Cuando se cansa busca cobijo entre los brazos de alguna de las voluntarias. Es un niño cariñoso, pero muy tímido, no juega demasiado con los demás. La madre, Mariamma, que siempre sostiene al hermano pequeño de Muta en las espaldas, también lo es. No quiere hablar, no quiere recordar.

“Las mujeres suelen venir con los peques, pero no con todos, en general el resto se quedan con las hermanas o abuelas en los países de origen, y cogen a las niñas para salvarlas de la mutilación genital”, cuenta Candela, educadora social y extrabajadora en un centro de mujeres y niños en Canarias.

Clase de yoga en Cruz Blanca | SARA AMINIYAN

“Nos hemos hundido, todas estamos en el agua”, gritaban las 67 personas naufragadas en el mar, entre ellas casi una treintena de mujeres y niños, este 12 de noviembre cerca de las Canarias, según un tweet escrito por la periodista y activista Helena Maleno.

La ruta canaria históricamente ha sido protagonizada por hombres. Durante el 2020 el porcentaje de mujeres era del 5%, en verano y, posteriormente, el número ha llegado a un 20%, incluso viendo embarcaciones casi mixtas: “Empieza a ser relativamente normal ver cayucos con 22 hombre y 16 mujeres, mayoritariamente procedentes de Costa de Marfil, Guinea, Mali, y Nigeria”, matiza el periodista y técnico en migraciones en la vicepresidencia del Gobierno Canario, Txema Santana.

Esta tendencia ha cambiado también la estructura y acogida de las personas migrantes en frontera sur, donde centros de emergencia se han transformado en recursos integrales de mujeres y niños y/o para mujeres víctimas de trata.

La externalización de fronteras, ubicadas cada vez más al sur, en territorios como El Aaiún, Dajla, Mauritania y Senegal, aumenta la peligrosidad de las vías por tierra y mar, y expone a las mujeres a caer, muchas veces de manera consciente, en redes de trata. Sin embargo, no frena la migración.

“Para mí todas las mujeres que llegan son víctimas de trata por qué el proceso del que vienen es super traumático. Todo el mundo intenta tener relaciones sexuales con ellas en algún momento del viaje, y muchas veces continúa una vez han llegado. Si esto pasa y lo sospechamos, entonces nos ponemos en contacto con el departamento 5 de la policía”, explica Nacho, coordinador de los centros de Cruz Blanca en Las Palmas.

Según apunta la investigadora en frontera Elsa Tyszler, mientras que los hombres cuentan con más vías de acceso para cruzar la frontera sur, las mujeres, por razones físicas, se ven empujadas al mar.

Un año atrás, y a raíz de un caso de tráfico de menores, la fiscalía ordenó la separación de criaturas y mujeres migrantes a la espera de los resultados del ADN. Algunas podían estar meses separadas. Ahora, ya no hay separaciones. Se siguen haciendo las pruebas, haya sospecha o no, y trabajadores sociales y educadores hacen un seguimiento de control para ver si existe un apego entre la mujer y el niño o niña. En el caso que salga negativo, la familia queda paralizada en las islas y debe esperar órdenes del ministerio, que suele ser de meses.

“No entiendo las pruebas de ADN. En África si tú eres amiga mía, mis hijos te llamaran mamá. En África solemos vivir en grandes casas donde habitan distintas generaciones, todos somos familia, todos somos papá y mamá. Pero el test de ADN no dice esto e incluso pueden meterte en prisión acusándote de tráfico de menores”, cuenta indignada Soda Niasse, activista por los derechos de las personas migrantes en Gran Canaria.

Por lo que se refiere al tema de menores no acompañados, el melón es muy amplio. La escritora y activista por los derechos de los migrantes asentada en Bayona (Francia), Marie Cosnay, nos cuenta su lucha por la reunificación familiar de criaturas y madres, las cuales habitan en Francia en situación de irregularidad.

“En la ley de extranjería francesa consta que si los padres están en situación irregular los niños que llegan a los países de primera línea no pueden reunirse con sus familiares que están en otros países”, apunta Cosnay. Una solución factible sería que España se acogiera al reglamento de Dublín, y los niños restarán a la espera del asilo mientras son trasladados con sus madres, sigue la escritora.

Entre la frontera francesa y española, Marie Cosnay mueve tierra, mar y aire, para reunir a estas familias. En ocasiones, se comunica con activistas, sobre todo mujeres, de diferentes puntos de España, para gestionar el papeleo y brindar ayuda a centenares de mujeres que desean cruzar a Francia, con el fin de dejar de “cortar vínculos”, como apunta la autora, en relación al proceso abrupto de desapego que deja a su paso la migración y el sistema de extranjería.

Eva y Fati emprendieron un viaje de migración conjunto, pero también sufren la separación de sus seres queridos. Aunque ambas vivieron con sus maridos en Marruecos, el proceso migratorio les ha separado. El marido de Fati sigue en Marruecos, y Eva espera llegar a Francia, si las esperanzas de trabajo en España se disipan.

Entre las últimas líneas de tinta, Fati escribe un deseo “quiero volver a ver a mi madre, la quiero mucho, lo es todo para mí, deseo poder traermela un día conmigo y vivir juntas”, termina.

Pieza publicada originariamente en El Salto

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